martes, 4 de agosto de 2009

NO CARTA

No le escribió la carta. Se lo estuvo pensando un rato y al final no le escribió la carta. Para qué!? Llevaba una hora sentada con el lápiz en la mano y el folio en blanco. Con las ideas en la cabeza, diciéndolas en alto como si fueran a convertirse en palabras escritas, así, de golpe. Pero no las escribía. Cuando le había tenido delante para decírselas le faltó valor. Se pasó todo el rato pensando que en cuanto llegara a casa le escribiría una carta con todo lo que quería decirle. Él se iba a ir igual, pero al menos leería todo lo que había en su cabeza.

Pero no la escribió. Ni se dio cuenta. Cuando acabó de decir en alto todas esas palabras sin destino de convertirse en tinta dobló el folio en blanco, lo metió en un sobre en cuyo reverso escribió “Sólo una carta” y bajó a dejársela al camarero del bar de debajo de su casa, en el que se veían siempre. Aún, mientras bajaba las escaleras iba pensando que no le había dicho todo lo que él debería saber, pero pensó que si él quería saber algo más debería ir personalmente a preguntárselo.

No puso remite, para qué!? Él se iba ir igual escribiera o no en el sobre que esa carta en blanco la había no escrito ella. Cómo iba a dudar de quién era!?

Cuando tuvo la carta en sus manos le faltó el valor para abrirla. Se la guardó sin mirarla, sin dejar que el camarero le explicara cómo había llegado hasta él. Le había costado demasiado tomar la decisión de irse y sabía que una sola palabra de ella podría cambiarla. Tuvo el sobre en la mano durante horas, mirando fijamente las letras temblorosas que conformaban tres simples palabras “Sólo una carta”. No había remite, pero era su letra, tenía que serlo. Se le hacían pocas las letras del reverso de ese sobre tonto. Le apetecía abrir la carta, sin leerla, sólo para ver más letras que habían pasado de su cabeza al lápiz y del lápiz al papel. Pero no lo hizo. Para qué!? Tenía que irse de todas formas y era más fácil así, sin que ella hubiese dicho nada tras enterarse de la noticia. Con la única imagen de su estúpida sonrisa en unos labios sellados que no habían dicho ni una palabra. Ni una de las palabras que quizá ahora había escrito. Qué querría decirle ahora!? Ahora que las maletas estaban hechas y las decisiones tomadas.

No la leyó. Le acosaba ese sobre que debía contener lo que ella nunca le había dicho. Las palabras cuya ausencia había sido el punto decisivo para irse. Quizá sólo era un adiós, un “buen viaje”.  Le pudo más el miedo a esta última idea que el miedo a que fuera una carta en la que le pedía que se quedara, así que la quemó.

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Se despertó enfadado. No debería haberla quemado. Qué decía!!Qué decía la carta!? No podía irse sin saber lo que ella quería decirle. Quedaban dos horas para marcharse. Aún tenía tiempo de ir a su casa y preguntarle.

Cuando llegó a su portal no pasó de esa primera puerta. No sabía donde llamar ni cómo explicar que había ido hasta allí sin leer la carta. Cómo iba a decirle que la había quemado! Igual no era necesario decirlo. Si le había pedido que no se fuese y le veía en la puerta creería que él no pensaba irse y le abrazaría. Pero no podía moverse. Le pudo más el miedo a que ella hubiese escrito sólo un adiós y al verle allí pensara que era un idiota. Que qué hacía allí!? Que para qué!? Si ella nunca le había pedido que fuese a llamar a su puerta. Si ella nunca le había pedido nada, ni siquiera aquella primera noche en que se vieron en el bar que separaba sus portales, ni el día en que fue el camarero de ese mismo bar el que después de verles sentarse uno junto al otro, sin hablar, cada día durante 3 anios tuvo que darle la noticia de que él se marchaba porque a él le había faltado valor para contárselo...como todo lo demás.

Ella seguía dándole vueltas a la idea de que debía haber metido algo más en la carta. Pero si hubiese merecido la pena decirlo él no se habría ido. Porque él ya se habría ido, no?

A él se le estaba haciendo tarde, parado como un imbécil frente a una puerta cerrada. Se le ocurrió que si la puerta estaba cerrada era porque debía estar así. Si ella le estuviera esperando debería haber dejado la puerta abierta.

Decidió ir a ver si él ya se había ido. Cuando abrió la puerta del portal y le vio supo que había merecido la pena esperarle, guardarse la información más importante para ese momento, guardarse la primera respuesta... y leyó la pregunta en sus ojos: Me llamo Luz.