lunes, 31 de enero de 2011

Pensé que bastaría con beber agua de mar para eliminar los restos de aquel sabor amargo, que llenar de sol los días alejaba oscuridades, que sonreír era el mejor remedio contra la tristeza.
Y resulta que no – y me lo dicen ahora – cuando bronceada me arrodillo en las orillas con una mueca de payaso
y mi reflejo en el mar en calma me devuelve a esa habitación de luz tenue en la que siempre falta el aire, donde las bocas se llena de amarguras con cada palabra, con cada beso.
Ahora que sé que con todo y con eso no basta me doy cuenta de que igual nunca nada será suficiente.