lunes, 11 de enero de 2010

Se levantó de la cama como un resorte y corrió hacia el lavabo torpemente, en un intento de ocultar su desnudez tras la velocidad de sus pasos. Ella clavó descaradamente la mirada en su perfecto trasero, divertida ante la repentina vergüenza del que hace unos minutos había recorrido su cuerpo con descaro.

- - - No olvides quitarte el condón – susurró a su ausencia tras la puerta ya cerrada.

Se recostó en la cama, entre los amplios almohadones, con una sonrisa condescendiente, y repasó mentalmente el juego amoroso recién terminado. Aún estaba sorprendida por la suavidad con la que se había desenvuelto el joven desconocido que anios después contaría en confidencia que aquella noche había descubierto el sexo sin amor. Para ella ese concepto siempre fue una redundancia.

Recompuso todas las piezas de su vestuario, con la destreza del que hace el mismo puzzle por enésima vez, y salió corriendo de aquel cuarto de residencia de estudiantes antes de que el desconocido volviera y la importunara con su urgencia por volver al mundo real. En la calle le invadió esa fabulosa sensación del “día después”. A veces pensaba que sólo se enredaba en esas historias relámpago por revivir ese sentimiento. Los colores mate, las miradas acusadoras, el olor imperceptible de la rutina ahogado por la sequedad en la boca y el extranio aroma que produce la mezcla del perfume propio y el sudor ajeno.

Perdida en todos estos detalles comprobó mecánicamente que no tenía suelto para el tranvía. Paró en un quiosco, se compró un periódico y un café aguado para llevar – y me da el cambio en monedas, por favor - y demoró unos minutos el repaso a las cuestiones pendientes para ese día. Antes prefirió volver a repasar mentalmente el encuentro recién terminado, en una especie de rito de prolongación. Los divertidos flashes que vuelven en las 24 horas siguientes a un buen polvo y producen un calambre en el cuerpo, un escalofrío multiplicado, una especie de descarga eléctrica que baja del abdomen a los tobillos recreándose en cada milímetro recorrido. Esta vez, curiosamente, no podía seleccionarlos y recrearlos a su antojo. Cuando se concentraba siempre veía lo mismo.

La palma de una mano que busca el pomo de una puerta para asegurarse que queda bien cerrada, una espalda que avanza en un cuarto de paredes rojas, dos piernas desnudas que cuelgan cruzadas sobre el respaldo de un sofá de terciopelo…también rojo. Un cigarrillo y una risa desafiante. Un punio apretado y dos muñecas tensas. Un forcejeo, un cinturón…. Eeeeeehhhhhh! Perdón!? Esto no era lo que había pasado. Otra vez. La mano, la espalda, el pomo… las piernas, terciopelo, tensión, un grito…pero qué cojones!

La sacó de sus pensamientos el ruido del tranvía al parar frente a ella. Buscó su reflejo en el cristal como para cerciorarse de algo, aunque no supo de qué. Pelo revuelto, ojeras, ropa algo descompuesta, el punio cerrado sujetando el café, las muñecas tensas…y otra vez las paredes rojas y la risa y el cinturón….sintió que perdía el equilibrio. Un pitido agudo fue subiendo de volumen en sus oídos mientras todo se nublaba a su alrededor. Miró a los lados, como si una mirada bastara para pedir ayuda en nuestro mundo, y antes de desvanecerse vio a los dos policías que se acercaban con paso firme hacia ella.

La primera sensación que tuvo al abrir los ojos fue un frío intenso en todo el cuerpo. Intentó comprobar si estaba desnuda pero estaba bocabajo y no podía moverse. De pronto el calor de una mano en la espalda – abre los ojos – repetía una voz que parecía poner sonido a sus pensamientos. Pero no era su voz. La voz se alejó, llevándose el calor y la mano, y escuchó cómo se cerraba una puerta. Cuando tuvo la certeza de que la movilidad había vuelto a su cuerpo no se atrevió a hacer nada. Le pudo el miedo a estar en un cuarto rojo sobre un sofá de terciopelo.

- Deberías irte.


TREA

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