jueves, 2 de abril de 2009

El café círculo

El Café Cinema huele a besos olvidados. No sé si el resto de la gente que comparte conmigo las tazas y las cucharillas cien mil veces lavadas lo nota de manera tan intensa como yo, pero para mí está claro. Desde el primer día que me senté a solas en una de sus sillas de madera vieja me atrapó ese olor rancio que deja el amor que se entrega y no llega a su destino. Creo que las primeras tardes que pasé en él, escondido tras mi libro, buscando parecerme a cualquiera de los personajes de las historias que leía, sólo intentaba hacer palabras ese olor, la dulce pesadez de su ambiente.

Hay pocas mesas en el café. A partir de las 7 de la tarde es difícil encontrar un hueco entre las voces, los abrigos y las miradas curiosas de los grupos que ocupan mis sillas, pero antes... entre las 3 y las 6, es un paraíso de melancolías y novelas de biblioteca. Nunca más de 10 personas a la vez, nunca más de 4 en compañía, nunca una vela apagada. Seis solitarios por día buscan las palabras que quedan atrapadas en los besos que no se devuelven.

El joven de mirada ausente que lió quince cigarrillos mientras esperaba – a quién? Me preguntaba yo – a la pelirroja de ojos tristes que se disculpó por su tardanza como el que pide perdón por nada y suena casi a reproche. La pelirroja de ojos tristes que sonrió distraída al joven de mirada ausente cuando él se sentó en una silla más cercana para rozarle, al menos, las rodillas de pana con su rodillas vaqueras. Y un beso de rodillas rechazado por la pana, no devuelto. Y un cigarro encendido, seguido por un humo que cuenta una desilusión.

La estudiante francesa que escondía sus complejos bajo amplios jerséis y sus delgadas cejas tras unas gafas de pasta negra. Sus uñas, mordisqueadas, delatoras, ansiosas de convertirse en garras que arañasen una rodilla vaquera. Siempre pedía tabaco en bajo y amor a gritos, pero sin palabras, con gestos mudos ignorados por miradas ausentes.

La tarde que encontré las palabras fue por un simple error de cálculo. Incluso podría echarle la culpa a la red de transporte público. Una estúpida avería en la línea 8 me hizo pasar demasiado tiempo en un andén de metro gris y silencioso, así que las últimas cien páginas de Tantas veces Pedro que me había reservado para mi hora larga -dos horas - en el café, se quedaron en 37 diminutos trozos de papel impreso que devoré en menos de media hora. Pero no podía irme, no tan pronto. Acortar así el mejor momento del día era como decidir no levantarme de la cama. Por otro lado era casi un desafío. Me había quedado sin escondite, me habían destruido la trinchera, ahora tenía que huir o afrontar el cuerpo a cuerpo.

Esa tarde éramos sólo siete, cinco buscapalabras y una pareja que se besaba con todo el cuerpo, desde los pulgares de los pies a las puntas de las pestañas, olvidando los labios en el camino. Con la boca se hablaban y, si no hubiese sido un gesto absurdo (exagerado e inútil, debería añadir) creo que se habrían puesto las manos detrás de las orejas para demostrarse el uno al otro que escuchaban cada letra de cada sílaba de cada palabra de cada frase de cada conversación que uno u otro pudiese encontrar interesante. Estaban sentados en el otro extremo del local así que yo no podía oír sus conversaciones. Después de un rato intentando averiguar lo que decían pensé, no les oigo porque de esa mesa no salen las palabras, se quedan en sus oídos, en sus mentes, en sus futuros recuerdos. Cuando se besaron en los labios casi escuché el suspiro de la gatita francesa de garras mordisqueadas (o era yo mismo?). La expresión sellar los labios con un beso cobró un sentido nuevo para mí, de ese beso no salía nada, se guardaban todo el sentimiento entre sus lenguas, sus paladares y sus dientes. No me parecía normal – ni justo – tanto amor, a esa hora de la tarde y en mi café.

Dónde van los besos que no se devuelven? Los de las parejas aburridas que llenan el café a partir de las 7 y no se miran casi al hablar, no se escuchan casi al oír y no se besan con los pies ni con las rodillas ni con ganas? Hay besos que salen de corazones ilusionados y caen en mejillas desinteresadas y frías. Se escapan sus palabras, se escapa su amor, bocas que vomitan ilusiones y sueños que se van por el váter al tirar de la cadena.

Y ahí estaba esa pareja, recogiendo de las paredes el amor que otros tuvieron que abandonar por no encontrar dónde dejarlo. Podría describirlos con exactitud. Ella era beso y él palabra. Ella era gesto y él sonido. Ella era tú antes de ser mejilla y él era yo un día antes de quedarme mudo, ciego y sordo. Eran un recuerdo mío que algún día se convertiría en su propio dolor. Pero qué hermosos estaban convirtiendo en palabra la dulce pesadez de mi café de los besos olvidados.

TREA


"Café Cinema"



Dele

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